Pasó la noche con muchas interrupciones, dormir en sleeping bags y un plástico debajo para que no se cuele el frío de la madera, no es tan cómodo. Despertamos a las 10 con la luz desde hace tiempo molestando, cocinamos nuestro desayuno, nos dimos cuenta de lo que teníamos al frente, siempre la duda en nuestra cabeza: ¿llegaré al final?
El mareo se me pasó, aún en la primera subida de reconocimiento me sentí bien: estaba aclimatado a la altura y al aire. El guía, el Chupes, nos daba confianza y nos preparaba para la noche, todas nuestras cosas tenían que estar listas para la subida, y nosotros bien alimentados con carbohidratos y proteínas. Llenamos nuestras mochilas con los crampones, aguas, barras de cereales, ropa extra, el piolet, y todo nuestro nerviosismo, venido con la creciente falta de luz que traía el atardecer. Hasta esos momentos no existían las horas, de ahí en adelante, eran contadas con sueño: teníamos que dormir.
Esa noche pasé menos frío, descansé lo que pude para despertar a la 1 de la mañana y prepararnos a oscuras para salir. Una escena como sacada de un libro: todos con su lámpara de minero sobre el casco, vestidos con chamarras gruesas y mochilas llenas, bajo un cielo impresionante. Estrellas por todos lados, varias estrellas fugases, negro puro que sólo se interrumpía por la silueta de la montaña encima. Me sentía como El Principito parado en los planetas, como si la corteza de la tierra fuera su final, y nuestro cielo, el universo. Comenzamos a subir en fila, el Chupes, el oso, yo, Rodolfo, mi hermano, y otro guía: rocas sueltas en una pendiente empinada. La noche era preciosa, por debajo del mar de nubes que habíamos dejado atrás cuando subimos al refugio, se veía una ciudad naranja como lava, luces poco definidas que se perdían en el contraste. Subimos hasta la parte donde comenzaba la nieve, el oso no aguantó más la presión atmosférica y bajó con uno de los guías. Quedamos 4 en total. Nos amarramos los crampones a las botas y subimos por los caminos de nieve conectados con una cuerda, el piolet serviría si alguno se caía. El amanecer dividió el cielo en noche y día: una línea de colores que marcaba el cambio perfecto y milagroso de un nuevo día. Llegamos al cono superior de la montaña. Aún faltaban 600 metros verticales para llegar, el día ya era definitivo. Subimos 200 metros más, pero los subí mal: me sentía mareado y me faltaba el aire más que antes. Decidí bajarme del cono para esperar en una isla de rocas en medio de la nieve a que subieran y bajaran los 3 restantes. Bajé amarrado del Chupes, los otros lo esperaron un poco. Llegué al punto de espera para estar solo y disfrutar lo que me faltaba de la aventura: observé lo que tenía delante de mi, disfruté mi tiempo como no lo había hecho hasta ese momento. Ahí me encontraba, a 5,100 metros de altura, viendo un paisaje que tal vez no vuelva a ver igual. Pensé en lo mucho que hay en el mundo, en México, pensé en muchas cosas y dormí. Fui despertado después de algún tiempo (cuánto??) por un amigo del Chupes. venía bajando y me ofreció bajar con él. Acepté, sólo porque sí. No íbamos amarrados uno del otro, pero estaba tranquilo, las presiones habían terminado. Tomé fotos, fui a mi ritmo, el guía al suyo. Estábamos cada uno en su caminata, sólo me marcó camino, y luego yo a él. Llegué al refugio, ahí estaba el oso un poco triste. "La cumbre no lo es todo" me habían dicho. Se lo repetí, y descansé un poco en lo que llegaban los otros. Esperé muy poco para verlos bajar, y después de limpiar y ordenar todo, nos subimos a la Jeep para regresar a casa.
El mareo se me pasó, aún en la primera subida de reconocimiento me sentí bien: estaba aclimatado a la altura y al aire. El guía, el Chupes, nos daba confianza y nos preparaba para la noche, todas nuestras cosas tenían que estar listas para la subida, y nosotros bien alimentados con carbohidratos y proteínas. Llenamos nuestras mochilas con los crampones, aguas, barras de cereales, ropa extra, el piolet, y todo nuestro nerviosismo, venido con la creciente falta de luz que traía el atardecer. Hasta esos momentos no existían las horas, de ahí en adelante, eran contadas con sueño: teníamos que dormir.
Esa noche pasé menos frío, descansé lo que pude para despertar a la 1 de la mañana y prepararnos a oscuras para salir. Una escena como sacada de un libro: todos con su lámpara de minero sobre el casco, vestidos con chamarras gruesas y mochilas llenas, bajo un cielo impresionante. Estrellas por todos lados, varias estrellas fugases, negro puro que sólo se interrumpía por la silueta de la montaña encima. Me sentía como El Principito parado en los planetas, como si la corteza de la tierra fuera su final, y nuestro cielo, el universo. Comenzamos a subir en fila, el Chupes, el oso, yo, Rodolfo, mi hermano, y otro guía: rocas sueltas en una pendiente empinada. La noche era preciosa, por debajo del mar de nubes que habíamos dejado atrás cuando subimos al refugio, se veía una ciudad naranja como lava, luces poco definidas que se perdían en el contraste. Subimos hasta la parte donde comenzaba la nieve, el oso no aguantó más la presión atmosférica y bajó con uno de los guías. Quedamos 4 en total. Nos amarramos los crampones a las botas y subimos por los caminos de nieve conectados con una cuerda, el piolet serviría si alguno se caía. El amanecer dividió el cielo en noche y día: una línea de colores que marcaba el cambio perfecto y milagroso de un nuevo día. Llegamos al cono superior de la montaña. Aún faltaban 600 metros verticales para llegar, el día ya era definitivo. Subimos 200 metros más, pero los subí mal: me sentía mareado y me faltaba el aire más que antes. Decidí bajarme del cono para esperar en una isla de rocas en medio de la nieve a que subieran y bajaran los 3 restantes. Bajé amarrado del Chupes, los otros lo esperaron un poco. Llegué al punto de espera para estar solo y disfrutar lo que me faltaba de la aventura: observé lo que tenía delante de mi, disfruté mi tiempo como no lo había hecho hasta ese momento. Ahí me encontraba, a 5,100 metros de altura, viendo un paisaje que tal vez no vuelva a ver igual. Pensé en lo mucho que hay en el mundo, en México, pensé en muchas cosas y dormí. Fui despertado después de algún tiempo (cuánto??) por un amigo del Chupes. venía bajando y me ofreció bajar con él. Acepté, sólo porque sí. No íbamos amarrados uno del otro, pero estaba tranquilo, las presiones habían terminado. Tomé fotos, fui a mi ritmo, el guía al suyo. Estábamos cada uno en su caminata, sólo me marcó camino, y luego yo a él. Llegué al refugio, ahí estaba el oso un poco triste. "La cumbre no lo es todo" me habían dicho. Se lo repetí, y descansé un poco en lo que llegaban los otros. Esperé muy poco para verlos bajar, y después de limpiar y ordenar todo, nos subimos a la Jeep para regresar a casa.
Sem comentários:
Enviar um comentário