quinta-feira, 7 de julho de 2011

Estuve en una isla a la mitad del Atlántico

Estuve en una isla a la mitad del Atlántico, Madeira, un lugar que emergió del mar y se convirtió en una masa muy especial. Su configuración volcánica hace de ella que nos encontremos frente a sentimientos mezclados, por un lado vemos la agresividad con la que las montañas negras ascienden en tan pocos metros horizontales, pero por otro vemos la naturaleza en su estado más intacto. Árboles creciendo fácilmente en un terreno muy fértil, pero engañoso de pisar. Un sentimiento de sorpresa está siempre presente con nosotros, no sabemos lo que va a pasar a la siguiente curva del camión que nos lleva a la siguiente caminata, o al siguiente pueblo perdido entre montañas. Así, subidos en la mezcla de nervios y emoción, viendo los precipicios a un lado de nosotros y sólo unos pocos metros de carretera al frente, llegamos a puntos específicos en los que a simple vista de una persona tan masivamente urbana como yo, no hay nada, sólo naturaleza. Los pocos puntos blancos que vemos a la mitad de las subidas agresivas nos dan la pequeña seguridad de que sí, llegamos a un pueblo, si así lo podemos llamar. Las casas son sencillas, hay gente haciendo "nada", la vida isleña fuera de la capital (Funchal) es más tranquila, todavía más.
Empezamos nuestro viaje con caminatas naturales, siempre con el tiempo del camión de vuelta a Funchal en mente, sabemos que si lo perdiéramos, tendríamos que dormir en el lugar donde nos encontramos, y la mayoría de las veces no hay ni donde. Caminamos por montañas realmente bonitas, y sobre unas vistas espectaculares, creo que no hay mucha forma de describirlas, solo puedo decir un poco de mis sensaciones. Cuando nos encontrábamos en medio de la naturaleza boscosa creía que estaba perdido, creía que no importaba tampoco, que lo que contaba era seguir para descubrir un punto más de observación, o una raíz diferente de cualquier árbol en mi camino... Fue revitalizante sentir esos olores, y sentir esa escala con lo que me rodeaba y lo que veía debajo del precipicio.



Cuando caminamos por un ambiente rocoso costero, sentí una amplitud intensa a mi alrededor: oceano infinito en tres de mis lados y solo una tierra estrecha detrás de mi. Nunca había sentido tanta incertidumbre, todo era azul (agua y cielo) y solo muy inmediato a mi, se contrastaba el mar con el café (o no se que color) de las rocas en las que estaba parado.



Otra parte importante de mi viaje fue la arquitectura madeirense que hace Paulo David. Desde el primer día que visité su Atelier, nos trató muy bien y nos recomendó lugares para visitar, pero realmente lo suyo era lo que más valió para mi: arquitectura para el sitio. La Casa das Mudas es un proyecto demasiado bien logrado, sólo estando ahí se puede sentir la relación con Calheta (el pueblo donde se encuentra), y la tranquilidad y comodidad que transmite entre sus volúmenes.

Casa das Mudas, Calheta

Centro de Vulcanismo, São Vicente

Passeio e Piscinas, Cámara de Lobos

La vida en Funchal la experimenté sólo de probadita, nos sentamos en una calle principal a tomar un vino de madeira, de esos que dicen que son secos pero realmente sabe más dulce que cualquier otro. Vimos la vida pasando, los turistas, las estatuas humanas (que por alguna razón hablamos con ellas y habían vivido en México y lo amaban), los vagabundos, y hasta el arquitecto Paulo David se acercó a saludarnos de nuevo. Así pasa el tiempo, al menos en Madeira, sin pensar en pasados ni futuros, viviendo raramente el presente.

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Acerca de mim

Estudio Arquitectura en la Universidad Iberoamericana en México, ahora estoy aqui @Raptor2526

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